¡Basta de sexo!



Por Mariana Beatriz Noé

La soltería, nos dicen, es nuestra primavera sexual. Podemos servirnos cuerpos como quien entra a un buffet gastronómico con más curiosidad que hambre. Lo que jamás nos dicen, sin embargo, es que durante la soltería podemos darnos el lujo de no tener sexo. Bienvenidos a mi experimento.


Hace dos años terminé una relación de siete. Sí, gocé de siete años de sólida monogamia. La ruptura fue medianamente turbulenta, y cuando mi ex se fue del departamento que compartíamos, solo me quedó el silencio. Y el aire acondicionado. Con el aire acondicionado supe qué hacer al instante, pero no así con el silencio. Ahí fue cuando llegó a mi vida el sexo.

De la firme mano del feminismo me entregué al sexo sin culpas: ahora podía elegir, juzgar, optar, exigir, dar, seducir, dejarme seducir. Y así tapé todos mis insoportables silencios. Con sexo. Los domingos, para combatir la tristeza. Los miércoles, para acondicionar la semana. Los viernes, para no sentirme sola. Pero por las rendijas de los días la angustia se escurría más y más en mi cuarto, y de la desesperación llegué a llamar día por medio a un compañero de sábana que, sorprendido, aplaudía mi voracidad. Hasta que un día, sentada al borde de la cama, físicamente adolorida, emocionalmente rota, decidí parar. Y paré.

Experiencia

Como un soldado que parte hacia la guerra, despedí a mis compañeros y me adentré en la abstinencia sexual. Asustada, les pedí que por favor me avisaran si me ponía irritable o agresiva. Les prometí que volvería si me sentía mal, o si la calentura bloqueaba mi productividad. Les dije que estuvieran preparados para contenerme. Y se prepararon. Hoy me río de lo dramática que fui. Durante los primeros días tomé nota de absolutamente todos mis pensamientos: era una antropóloga en Papúa Nueva Guinea, intentando descifrar una lengua extrañísima.

“Día 1: me siento liberada. ¿Cuánto tiempo tardaré en masturbarme?

Día 2: bueno, me masturbé.

Día 3: miro a un tipo que camina por la calle. Es lindo, me recuerda a una estatua griega. Momento: ¿estoy pensando en sexo porque estoy caliente? ¿Notaría yo a este tipo en una situación normal? ¿Quiero tener sexo con él? El tipo ya dobló la esquina hace rato y yo sigo mirando la fachada de Hamilton Hall. Alexander Hamilton se ríe. De mí.

Día 4: escribir esta crónica me hace pensar en sexo más de lo normal. Tal vez sea por eso que no se puede investigar la abstinencia: ¿reportarla ya nos tienta a romperla?

Día 5: ‘el sexo es ahora una elección y no un destino’ me dice alguien de 63 por Twitter, y sin querer ilumina ese mandato que quiero explorar. Tener sexo porque quiero. Tomarme mi tiempo para hacerlo. Como cuando me paso la noche de un sábado en casa, pintando, mientras mis amigas me mandan fotos de tragos de colores.”

Después del día 5 dejé de escribir: no estaba escribiendo un diario sobre mi abstinencia. Estaba escribiendo un diario sobre mi ansiedad. Y me relajé.

Hoy ya llevo varios meses sin compartir mis orgasmos con nadie, y noté tres grandes cambios.

1. Gané una cantidad enorme de tiempo. Hasta que no suspendí la actividad, no me di cuenta de la cantidad de tiempo que el sexo ocupaba en mi vida. La ducha extra, la depilación, la compra de maquillaje, maquillarse y los tutoriales al respecto, los nervios, la expectativa, el miedo, olerá bien todo allá abajo, el ciclo menstrual, los métodos anticonceptivos, las enfermedades de transmisión sexual, limpiar la casa, cambiar las sábanas, tener cerveza para ofrecer, liberarme la mañana siguiente, echarlo rápido para atender a tiempo la llamada de Skype de mi padre los domingos al mediodía.

2. Desarticulé una fuente de intranquilidad. Mi ansiolítico preferido era, al final, una fuente tremenda de ansiedad. “No me hace daño a los pulmones como el cigarrillo,” pensé. “No me hace daño al hígado como el alcohol,” pensé. ¿Por qué no puedo usarlo indiscriminadamente? Pero mientras que muchos cigarrillos te marean, mientras que mucho alcohol te emborracha, la cantidad excesiva de sexo pasa desapercibida… hasta que tu cuerpo te empieza a pedir más y más estímulos sexuales. Cada tanto escucho el audio que le mandé a un amigo casi llorando, mientras manoteaba la ropa de gimnasio. “Creo que me volví ninfómana” le dije. Cuando me calmé, me até las zapatillas y salí a correr unos kilómetros para desgastar mi cuerpo, y con él mi preocupaciones.

3. Descubrí los tiempos de mi deseo. De niñas nos enseñan sobre nuestra virginidad, algo que se pierde la primera vez que nos penetran y que no vuelve más. Nosotras nos asustamos, cruzamos las piernas con fuerza. Como si se nos fueran a caer por ahí las llaves de casa o el monedero. Y esperamos a que aparezca alguien que “se merezca” nuestra virginidad. Porque la vergüenza de entregarle algo tan preciado a la persona equivocada es enorme. Pero si le borramos la vergüenza religiosa, hay un punto que creo que se puede rescatar. Y es el de cuidarse y darse tiempo para desear. Hace unas semanas tuve una cita. El chico, muy decente. Harto inteligente, gracioso, atento. Hablamos durante toda la noche, y ya hacia el final de la velada depositó con timidez su mano en mi espalda. Me reí. “Dos citas más y me tendría que acostar con él” pensé automáticamente. Pero… ¿y mi abstinencia? ¡Me gusta la experiencia! Y miré de reojo al chico este, que tamborileaba los dedos contra la mesa mientras miraba a la moza. Me moví levemente para acomodarme el pelo y él corrió su mano sin darse cuenta. Me recosté en el silloncito. Crucé las piernas. No tengo la obligación de acostarme con nadie que no me guste. No voy a regalar más mi cama para salir de un momento incómodo: desde hoy soy una virgen voluntaria. Y lo mejor que tiene mi virginidad es que, como el amor que tengo por mi misma, se regenera con el tiempo.

Teoría

La “libertad de coger como yo quiera” suena hermosa. Y lo es. Pero también requiere trabajo: un trabajo de escepticismo.

La escuela griega de filósofos escépticos proponía suspender prácticas para poder investigarlas, y en ellos me inspiré durante estos meses. Puse entre paréntesis las conductas asociadas con el deseo. Las mías: ¿necesito sentirme deseada todo el tiempo? ¿Por qué? ¿Y qué peligros tiene depender del deseo ajeno? Las de los otros: ¿qué me dice del otro que no me desee hoy? ¿Por qué me enojé con mi pareja cuando una noche se negó a cogerme? ¿Por qué le recomiendo a mis amigos que tengan sexo para olvidarse de los exes?

A las mujeres nos educaron para ser objeto de deseo ajeno, a los varones los educaron como soldados deseantes. Paradójicamente, todos aprendimos a dejar de lado nuestros apetitos.

Propuesta

Les propongo lo siguiente: tómense un tiempo para no coger con otros y vean qué les pasa.

Descubran cuándo se vuelve insoportable. [A mí nunca me pasó]

Descubran qué cosas extrañan. [Que me acaricien la cara]

Descubran por qué desean. [Porque me gusta explorar de a dos una intimidad]

Descubran quién los banca en esta búsqueda. [Sorprendentemente, todas las personas con las cuales lo hablé.]

Descubran por dónde se les canaliza esa energía y esa atención que antes estaba dedicada a coger. [La dediqué a sacarme de la recaída emocional más grande que tuve en los últimos años]

Hoy les propongo que cada uno suspenda el sexo. No para matarlo. Sino para ver por dónde y en qué forma vuelve a florecer.




Publicado en el perfil de la autora en medium.com bajo el título original Basta de coger: crónica de mi celibato

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