Los mitos del coaching



Por Mariano Rovatti 

Habitualmente, escuchamos distintas objeciones al coaching ontológico, algunas por desconocimiento, otras por confusión, o por mala fe, o porque los coaches hacemos algo mal. Vamos a analizarlas para conocer mejor a esta profesión, y aprovechar sus múltiples oportunidades.



1. Es una forma de vender humo

El coaching propone alcanzar metas sobre la base del aprendizaje, y éste es un proceso que incluye la transformación del ser, como paso necesario para tener, saber o hacer más. A través del lenguaje, desafiando creencias y distinguiendo juicios de afirmaciones, es posible diseñar un futuro distinto a partir de nuevas declaraciones que sean facilitadoras de nuevas realidades.

Esta premisa genera aún escepticismo en muchas personas, por lo que es común escuchar que el coaching vende humo, en el sentido de proponer soluciones mágicas. Sin embargo, es posible experimentar la fuerza de las declaraciones como creadoras de nuevas realidades, ejercitándolas despojados de todo prejuicio. Pero ello de ninguna manera es razón suficiente para lograr objetivos. El lenguaje es el campo donde empiezan a suceder las transformaciones, y en sí mismo ya constituye una acción, pero no es la única, sino que constituye la llave para un diseño estratégico de realizaciones.

Cada proceso de coaching sólo puede ser evaluado por el cliente conforme los resultados que obtuvo en él. Conoce mejor que nadie el grado de eficacia del mismo, fijando sus propios parámetros de evaluación: por qué y para qué inició el proceso, cuáles objetivos se planteó, cuáles cumplió y cuáles no.

El proceso de coaching es personal, y hay que pasar por la experiencia para juzgar su utilidad. Juzgar al coaching desde afuera, sin poner el cuerpo, no alcanza para valorar sus frutos.

El proceso de coaching no es un medicamento que se compra bajo receta. Es un trabajo que se hace por momentos con entusiasmo, otros con confusión, con propósitos claros y otros no tanto. Un camino en el que se avanza rápido a veces, otras lento, o no se avanza y luego se vuelve a caminar.

Vender al coaching como un talismán es una falta grave, un engaño que no puede consentirse. Quien ofrece soluciones mágicas, no ofrece coaching.

2. El coaching promueve el individualismo

En la confusión que se genera al considerar al coaching a la par de simples técnicas de autoayuda, que proponen a las personas soluciones sencillas para problemas básicos, se le endilga enfocarse demasiado en el bien propio de cada uno, desechando el bien común.

Asimismo, en términos políticos, se ha dicho que el coaching es de derecha, por propender al individualismo.

En verdad, el coaching es una disciplina con bases en el pensamiento sistémico. Se estima que cualquier persona desarrolla su quehacer relacionada con no menos de treinta sistemas cada una, con los que tiene un vínculo de causa y efecto. Cada uno de nosotros influimos sobre el sistema a través de nuestra conducta, y éste a su vez nos condiciona a nosotros.

Por ello, es que el coaching, sólo puede encontrar su desarrollo en comunidad, en la compleja trama de relaciones que se tejen entre las personas.

Coincidiendo con Héctor G. Oesterheld, autor de El Eternauta, que decía que el héroe válido no es individual o solo, sino que aquél lo es en grupo, colectivamente, el coaching concibe a la transformación del ser siempre en función de la interrelación de cada persona con las otras que lo rodean y conforman sus diferentes comunidades.

3. El coaching incita a vivir sin reglas éticas

Diego Capusotto tiene un personaje llamado Jorge Meconio, la parodia de un gurú de la autoayuda que propone salvarse siempre a sí mismo, sin detenerse a pensar en las consecuencias de los propios actos sobre los demás.

A veces, se identifica a los coaches con este tipo de personajes y actitudes.

Pero lejos el coaching está de este paradigma. Es una actividad que está pensada para lograr la mejor versión de cada persona o grupo. Cada sesión de coaching es un acto de amorosa entrega en favor de quien se acerca a pedir ayuda. La razón de ser del coaching es asistir a las personas en su búsqueda de ser más felices y exitosas en todos los órdenes de su vida.

4. El coaching no tiene bases sólidas

El coaching es una disciplina de las llamadas blandas, es decir que no se basa exclusivamente en el conocimiento de datos duros, cuantificables o exactos. El coaching trabaja mucho sobre las llamadas competencias emocionales, las que aún no son consideradas a la par de las aptitudes que surgen del desarrollo racional o intelectual, por lo que todavía –según una determinada concepción científica- es percibido como una actividad que no se centra en datos firmes.

Más allá de ello, el coaching ontológico posee una interesante fundamentación filosófica, poco conocida para quienes aún no lo han estudiado acabadamente. Si bien el coaching nace en los Estados Unidos, y se difundió luego por Europa, es en América Latina donde desarrolla su perfil ontológico, orientado a la transformación del ser como objetivo principal. Los principales autores que dan un primer basamento conceptual a esta modalidad de coaching son los chilenos Rafael Echeverría (Ontología del lenguaje, El Búho de Minerva, Actos del lenguaje, Por la senda del pensar ontológico, etc.), Humberto Maturana (El árbol del conocimiento, Autopoiesis y conocimiento, La realidad ¿objetiva o construida?, etc.) y Julio Olalla (Del conocimiento a la sabiduría, El ritual del coaching), entre otros.

Más allá de ello, y como fundamentos más generales de su estructura de pensamiento, el coaching reconoce como antecedentes directos principalmente las ideas y obras de Friedrich Nietzsche, Jean Paul Sartre, Martin Heidegger y Ludwig Wittgenstein.

También pueden verse coincidencias entre el pensamiento del coaching ontológico con distintos conceptos vertidos por Fredy Kofman, Jim Selman, Carl Rogers, Víctor Frankl, Miguel Ruiz, Edgar Morin y Zygmunt Bauman.

Básicamente, puede decirse que el coaching ontológico se halla fundado en un esquema de pensamiento que podríamos calificar como existencialista, constructivista y sistémico.

Como sistema de acción y reflexión relativamente reciente en términos históricos, se halla en plena evolución y no se expresa de una única manera, sino en constante construcción.

5. El coaching es una secta de chantas y manipuladores

En un proceso de coaching, la voluntad de transformación la expresa siempre el cliente, quien fija su alcance, su oportunidad y su modalidad. El coach pregunta, indaga y asiste con el fin de que el cliente logre observar la situación desde un punto de vista diferente al que tenía. 

No hay consejos, recomendaciones, retos, reproches ni juicios de valor en un proceso de coaching por parte del profesional hacia su cliente. Tampoco el coach está habilitado para llevar a su cliente al borde de un abismo emocional. Lo que en coaching llamamos quiebre (punto crítico en el que el cliente dice basta a una situación determinada) de ninguna manera incluye un desborde emotivo que exponga o desnude al cliente ante su coach.

Cualquier situación como las aquí descriptas, generadas por alguien que se dice coach, implica una mala praxis de la profesión. Cualquier práctica que no le permita el cliente ser más libre y más responsable de sus actos está fuera del coaching ontológico.

6. El coaching pretende reemplazar a la psicología

El coaching ontológico comparte con la psicología algunos enfoques, pero son disciplinas diferentes.

El coaching sólo trabaja con el mundo conciente de personas sanas. No es un tratamiento y reconoce el valor de la psicología como ámbito adecuado para tratar patologías, territorio en el que el coaching es incompetente.

Para más detalles en este punto, ver nuestro artículo ya publicado al respecto. 

7. El coaching intenta manejar la política

La irrupción de algunos personajes dentro de la política moderna genera alguna confusión al respecto. 

En las campañas electorales se dice que determinado candidato está coacheado si el contenido de su mensaje aparece como muy estructurado, o éste fue emitido según ciertas reglas de la teoría de la comunicación.

Dick Morris, Duda Mendonça y Jaime Durán Barba no son coaches, sino consultores, asesores o king makers. Utilizan sus conocimientos de la ciencia política, junto a técnicas de comunicación, marketing y oratoria aplicados a la política. Pero no hacen coaching. 

Tampoco se apropian de los candidatos, quienes siempre van a retener el rol de conductores del proceso electoral, emergente de su condición de líderes políticos. Aunque a veces lo disimulan bien…

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