La banalización de la obesidad



Por Mariano Rovatti

Desde hace un tiempo viene observándose en los medios de comunicación y redes sociales una presunta reivindicación de la obesidad, enfocada exclusivamente en los aspectos estéticos y sexuales. Qué es lo importante y qué es accesorio en el tema.

 


Una recorrida por Instagram y otras redes alcanzan para ver que, aparentemente, se ha ampliado el concepto de belleza. Al lado de las habituales lolitas, posan para la cámara mujeres con distintos grados de sobrepeso haciendo gestos que pretenden ser sensuales, reafirmando su derecho a gustar.

Esa tendencia es mostrada como un avance, liberando a la mujer de la tiranía de la delgadez. Se exhiben así mujeres reales, que viven su cuerpo sin prejuicios. Pero, ¿es así realmente?

Es de notar que esta tendencia no incluye al cuerpo de los varones, que en general no está en discusión en este debate. Por ello, podemos deducir que esta aparente apertura mantiene la premisa básica de que el cuerpo de la mujer es cosificable, y como tal, un objeto más de la sociedad de consumo. Simplemente, ahora ésta admite una categoría nueva, la XXL, lo que amplía la oferta en el mercado.

Detrás de esta tendencia no hay tanto una conquista femenina, sino una clara intención del sistema cultural, económico y social de aumentar su producción y el consumo. Ese derecho a participar del festival de la moda –y con ella de la seducción y el placer sexual- ahora le es reconocido a las mujeres con sobrepeso, que representan hoy en las grandes ciudades de América y Europa más de un tercio del total.

Si nos quedamos en la cuestión de la discriminación, esta tendencia sería un avance social muy claro y destacable, como lo son cualquier expresión contra el racismo, la intolerancia política o religiosa o la violencia de género.

Pero la obesidad está lejos de ser sólo una característica más de las personas, como su raza, su religión o su nacionalidad. La obesidad es una enfermedad social, crónica, incurable y madre de otras enfermedades.

Sus causas son múltiples: hay factores genéticos hereditarios, culturales, psíquicos, económicos, sociales y políticos que confluyen haciendo cada vez más grave el problema de la obesidad.

En los países de raíz latina, comer es una ceremonia ligada al mundo afectivo, las relaciones de familia, el encuentro entre amigos y las mesas de trabajo en equipo. Para la humanidad en general, la relación con la comida simboliza la relación con la madre.

Comer compulsivamente muchas veces implica el vano intento de ocupar vacíos afectivos y existenciales. Llenamos con comida esos agujeros provocados por nuestras frustraciones, decepciones y carencias.

En un contexto económico social de restricciones, la comida chatarra a veces es la única salida contra la desnutrición. Comer saludablemente, suele ser inaccesible para muchos presupuestos, y a la vez, requiere de tiempos que no están disponibles para personas que tienen que trabajar cada vez más horas por día para ganar lo mismo.

En un sistema que nos invita a la ansiedad colectiva, está claro que la obesidad no tiene nada que ver con la voluntad del obeso, como si el acto de comer fuera una decisión despojada de un contexto que lo lleva a alimentarse mal.

Por éso es que la obesidad también es política. Más por lo que los gobiernos dejan de hacer que por lo que efectivamente hacen. Los gobiernos que no se ocupan del tema preventivamente, le dejan el campo libre a la obesidad para multiplicarse a través enfermedades cardiovasculares, oseoarticulares, musculares y digestivas que saturan los establecimientos sanitarios públicos y privados, y conforman una sólida demanda para medicamentos y tratamientos.  

Hoy, los riesgos de la obesidad sólo son tenidos en cuenta por quienes la padecen, si alcanzan a tomar conciencia de ello. Ni la sociedad como tal, ni el Estado en particular, ni el mundo empresario ni el sindical, ni las ONGs –con contadísimas excepciones- tienen estrategias para enfrentar y derrotar a la obesidad como enfermedad sistémica.

Y además, la obesidad no es sólo comer, lo que representa apenas la mitad del problema. La obesidad es el triunfo del sedentarismo, cuyos hábitos son deliberadamente estimulados por el sistema de producción y consumo. Una excelente estrategia para combatirla sería un plan nacional de promoción del deporte desde la niñez hasta la tercera edad.

La cuestión de la obesidad está más dentro de la medicina, la nutrición y la psicología que del coaching, pero éste puede aportar mucho en lo que significa incorporación de hábitos saludables o cambio de actitudes.

Una de los rasgos de la obesidad que resultan más ingratos es que no tiene cura. Pero como contrapartida, sabemos que su recuperación no tiene límites.

 

El autor participó de los grupos de autoayuda de la Fundación ALCO entre 1994 y 2016, prestando servicios como responsable y coordinador en numerosas ocasiones.

 

 

 

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