Relaciones ambivalentes




Por Valeria Sabater


Sentir cariño por alguien, pero no tener ganas de verlo casi nunca. Querer a nuestra pareja, pero desear un tiempo a solas... La ambivalencia emocional y relacional es una constante en nuestras vidas. ¿Por qué ocurre y a qué se debe?



Amar y odiar a la vez. Apreciar a alguien, pero saber, en cierto modo, que nuestro bienestar mejora cuando tenemos lejos a esa persona en concreto. Las relaciones ambivalentes son frecuentes y eso es algo que nos ocasiona en muchos casos cierta contradicción y hasta malestar. El problema está en que no sabemos muy bien cómo manejar esa serie de vínculos.

Amigos, familiares, compañeros de trabajo… La ambivalencia emocional es un fenómeno muy conocido dentro del campo de la psicología. De hecho, es una sensación que experimentamos casi de manera constante en muchos ámbitos de nuestra realidad y en múltiples áreas. Uno puede, por ejemplo, querer mucho a sus hijos pero necesitar de vez en cuando unas cuantas horas de soledad.

Queremos a nuestras parejas con toda el alma, pero hay días en que nos encantaría hacer un viaje en soledad para disfrutar de uno mismo, para deleitarnos de un pequeño espacio de intimidad. Lo curioso es que tener estos pensamientos es más fácil que nos sintamos mal, incluso culpables.

El problema nace en muchas ocasiones de entender la ambivalencia emocional como negativa. De hecho, forma parte de lo que es la mente humana, de lo que nos define desde el inicio de los tiempos. La disonancia y la contradicción son, en la mayor parte de los casos, algo completamente normal. Lo analizamos.

Relaciones ambivalentes: definición, características y cómo manejarlas

Las relaciones ambivalentes (como las emociones ambivalentes) generan sufrimiento psicológico. ¿La razón? La mente no está preparada para filtrar la ambigüedad, venga de donde venga. Así, en un mundo tan lleno de estímulos como el nuestro, el cerebro tiene una finalidad muy clara: filtrar, etiquetar y simplificar reducir al máximo todo el caos que nos envuelve.

¿En qué se traduce esto? Básicamente en experimentar estrés cuando, por ejemplo, apreciamos mucho a un amigo, pero preferimos no pasar mucho tiempo con él porque nos aburre. También sentirnos mal con nosotros mismos porque, aunque queramos a nuestro hermano, desearíamos independizarnos lo antes posible de casa para no tener que discutir con él cada día.

La contradicción relacional pesa sobre nuestra conciencia cuando, en realidad, entra dentro de lo esperable, dentro de nuestro universo emocional. Por mucho que nos sorprenda, las personas podemos amar y odiar a la vez, sentir afecto por alguien, pero preferir su distancia, querer con locura a nuestro bebé pero desear que se duerma de una vez para poder descansar un rato en el sofá sin hacer nada….

Las relaciones ambivalentes nos sitúan en un estado de duda permanente

Las relaciones ambivalentes pueden ocasionar más dolor que una relación “mala”. Al menos, en estas últimas, sabemos a qué atenernos y cómo actuar. Sin embargo, cuando navegamos en la contradicción constante, cuando tenemos a ese primo o ese compañero de trabajo que nos hacer reír, que rebosa gracia y simpatía, pero de quien desconfiamos, el cerebro sufre.

A menudo, nos preguntamos si no será mejor cortar el contacto para siempre. Porque la disonancia, tanto emocional como cognitiva, desestabiliza. Así, y para aplacar un poco ese conflicto interno, a veces nos vemos en la obligación de tomar decisiones, como poner un final a ese vínculo y no reforzarlo, alejarnos.

Sin embargo, la problemática que define este tipo de relaciones es máxima. Porque, por lo general, navegamos entre el cariño y la incomodidad, entre la simpatía y la antipatía, entre los sentimientos positivos y los negativos.

Aprender a navegar sobre las olas de la ambivalencia

Al cerebro no le gusta la contradicción y menos la emocional. En su universo interno, lo prefiere todo ordenado. Pero admitámoslo, la vida es increíblemente compleja y aún lo son más las relaciones. Como decía Walt Whitman, “tenemos multitudes” en nuestro interior. Aceptar la contradicción cotidiana es asumir que las cosas no pueden ser siempre como nosotros creemos o deseamos. Las personas que nos rodean, como también como nosotros mismos, somos seres complicados y es difícil que siempre nos satisfagan, que nos guste todo de ellos en cada instante y circunstancia.

Aceptar esa evidencia resta sufrimiento. Aún más, estudios como los realizados en la Universidad de Michigan (Estados Unidos) nos señalan algo interesante. La mente ambivalente es una mente sabia porque mejora nuestros juicios. Es decir, cuando aceptamos que algo o alguien nos puede suscitar (a la vez) sentimientos de valencia positiva y negativa y que esto es normal, hace que apreciemos la realidad de manera más inteligente.

En la vida, las cosas rara vez son blancas o negras. Las personas, pocas veces nos hacen felices a cada instante y en cada segundo de nuestras existencias. Nuestra realidad está llena de grises, de claroscuros. A veces nos decepcionan, otras nos ilusionan. Todos somos falibles y en ocasiones, acertados y hasta valientes. Otras veces temblamos de miedo y en ciertos momentos, somos extraordinarios…

Las relaciones ambivalentes nos pueden resultar incómodas, es cierto, pero eso, es algo con lo que deberemos vivir siempre. Aceptar la ambivalencia es poder tolerar nuestras emociones contrapuestas. Y al hacerlo, la mente halla su preciado equilibrio…

Publicado en www.lamenteesmaravillosa.com

La autora es licenciada en psicología

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