Cómo se forma un prejuicio



Por Mariano Rovatti

Los prejuicios son opiniones e interpretaciones anteriores al conocimiento y a la acción. Permanentemente, frente a cada situación que nos toca vivir, ellos se activan en nuestra mente. Pueden ser facilitadores, pero la mayoría de ellos nos resultan limitantes o condicionantes. Veamos cómo se forman y así, cómo desafiarlos y superarlos.



¿Es posible dejar de tener prejuicios? No. Pero sí es posible relativizarlos, desafiarlos, evaluarlos. Aunque parezca una redundancia, podemos juzgar a nuestros juicios. Cuando sobreestimamos nuestros prejuicios, generalmente caemos en la inacción, la resignación y el resentimiento.

Generalmente, no somos concientes cómo generamos y alimentamos nuestros prejuicios. No nos detenemos a observar cuánto de artificial hay en su proceso de desarrollo. Difícilmente reflexionamos sobre nuestra pasividad frente a ellos, permitiendo que gobiernen nuestros pensamientos y acciones.

Suelen ser además, la justificación posterior a nuestros resultados, cerrando un círculo reforzador. Viste, yo te dije que ese trabajo no era para mí…

Cada persona tiene su propio conjunto de filtros de conocimiento, que se va delineando a través de las distintas etapas de la vida, en cada uno de los ámbitos en los que se mueve.

En primer lugar, no todos percibimos lo que pasa de la misma forma. Existen distintos tamices de carácter natural y no natural que condicionan la manera de percibir.

Nuestros sentidos captan lo que pasa en nuestro derredor, de manera particular, conforme a la aptitud de cada uno de ellos. El mundo no es igual para un hipoacúsico, un obeso o un miope que para quienes no padecen de esas patologías.

También es considerable como procesa el cerebro esas percepciones. Cómo evalúa los riesgos y oportunidades en comparación con los recursos y carencias de los que juzga disponer. Y dentro del esquema cerebral, cómo actúan los hemisferios izquierdo –territorio de las abstracciones, los sistemas y las teorías- y el derecho, donde habitan la intuición, la emoción y la creatividad.

Esa capacidad del cerebro para procesar lo que nos pasa es lo que tradicionalmente llamamos inteligencia, aunque ese concepto ha ido mutando con el tiempo, hasta encontrar nueve tipos de inteligencia diferentes. Ver en este mismo sitio las nueve inteligencias 

A través de nuestras inteligencias, en nuestro interior seleccionamos, omitimos, distorsionamos, generalizamos, recordamos y olvidamos lo que percibimos del mundo exterior.

Y allí empieza a jugar el cúmulo de experiencias, conclusiones y creencias que se han ido acumulando en cada persona desde la niñez.

En este proceso accionan los paradigmas y modelos mentales, induciendo a sostener creencias favorables o desfavorables para la obtención de nuestras finalidades.

Esos filtros dejan pasar cierta información de la realidad y rechazan otra parte de lo que percibimos. Tendemos a no percibir lo que juzgamos de antemano como inconveniente.

Ello explica por qué somos reacios a aceptar o reconocer hechos o situaciones que no se ajustan a nuestro pensamiento previo. Tendemos a creer lo que refuerza nuestro esquema de creencias. 

Manejarnos con nuestros conocimientos ya adquiridos nos da una dosis de seguridad, que se desvanece al incorporar nuevas herramientas que expanden nuestro mundo de conocimiento. Paradójicamente, ampliar nuestra base de herramientas nos puede producir incertidumbre o escepticismo frente a la novedad.

En este proceso, resultan muy importantes cómo actúan las interpretaciones, las creencias, los modelos mentales y los paradigmas.

Las interpretaciones son opiniones personales y discutibles sobre hechos o situaciones Ejemplos: Este animal es peligroso, los días lluviosos me ponen triste, o este trabajo es difícil

Las creencias son certezas que damos por sentado, que nos guían inconcientemente y nos hacen actuar de un modo determinado. Pueden ser facilitadoras o limitantes. Ejemplos: los políticos son corruptos, no soy bueno para las matemáticas, jamás podré dejar de fumar o para ser alguien en la vida hay que estudiar y ganar dinero

Los modelos mentales son las imágenes, supuestos e historias que llevamos en la mente acerca de nosotros, de los demás, de las instituciones y de todos los aspectos de nuestras relaciones con nuestro entorno. Determinan nuestro modo de interpretar el mundo y nuestra manera de actuar en él. Los construimos a partir de nuestra experiencia y definen el tipo de observador que somos. Cada modelo mental es personal, único y diferente de los otros. 

Pero el modelo mental no es copia fiel de esa realidad, aunque tendemos a creer que sí lo es. Como se dice habitualmente, el mapa no es el territorio. Los modelos mentales son prismas o filtros a través de los cuales vemos el mundo y lo interpretamos. Son supuestos, generalizaciones e imágenes que influyen en nuestro comportamiento. Determinan lo que vemos. Primero creemos y después vemos.

Los paradigmas son sistemas de creencias, experiencias y valores que repercuten y condicionan el modo en que una persona (o grupo de personas) percibe la realidad y actúa en función de ello. Una forma de concebir el mundo. Ejemplos: El catolicismo, el existencialismo, el ser occidental, el holismo, el cientificismo

En la formación de todos ellos influyen la pertenencia generacional, la cultura, la educación, la familia, la propia experiencia, los medios masivos de comunicación, las reglas del capitalismo, los hábitos y prácticas sociales, etc.

El paradigma incluye el concepto de cosmovisión, entendida como conjunto de experiencias, creencias y valores que afectan la forma en que un individuo percibe la realidad y la forma en que responde a esa percepción.

Un paradigma dominante se refiere a los valores o sistemas de pensamiento hegemónicos o dominantes en una sociedad, en un momento determinado. Esa hegemonía suele actuar como una mesa examinadora que valida o invalida pensamientos, opiniones y acciones de las personas. Si todos lo hacen, ¿por qué yo no?

El paradigma dominante se impone a través de líderes sociales que lo promueven, organizaciones políticas, económicas o sociales que lo legitiman, medios de comunicación que lo masifican, organizaciones estatales que lo institucionalizan, pedagogos que lo propagan dentro del sistema educativo, etc.

También ocurre que una creencia genera otra y otra de manera indefinida. A ello lo llamamos escalera de inferencias. Esas creencias autogeneradas no se cuestionan. Las adoptamos porque se basan en conclusiones inferidas de lo que observamos, a través del prisma de nuestros modelos mentales. Por ejemplo, alguien publica un aviso para alquilar un departamento, y llegan dos mujeres interesadas para compartirlo. Una posible escalera de inferencias de quien ofrece el departamento sería ésta: dos mujeres van a vivir juntas, deben ser lesbianas; y las lesbianas son fiesteras; y entonces van a hacer orgías, en donde seguro va a haber drogas, y éso va a molestar a los vecinos, que me van a llamar la atención, y probablemente, piensen que yo también hago orgías con drogas, y que soy gay; y soy gay, no tengo límites morales, y si no los tengo, puedo hacer cualquier cosa, incluso cometer delitos, y ello me puede llevar a la cárcel….y así se podría continuar de manera ilimitada.

Para ello, partimos de la base que nuestras creencias son la verdad, que ella es evidente para todos, y que nos basamos siempre en datos reales. Fulano es corrupto, nadie lo puede discutir, y el que me contradiga es tan corrupto como Fulano.

Podemos recorrer la escalera de inferencias raudamente y llegar a conclusiones inconvenientes.

Nuestras creencias influyen sobre los datos que seleccionaremos la próxima vez.

Así, frente a cada hecho que nos sucede y la decisión que tenemos que tomar frente a él, antes de analizarlo se dispararán en nuestra mente las creencias, modelos mentales y paradigmas que ya tenemos instalados.

¿Podemos evitarlo? No, pero sí podemos ser concientes de ese proceso, y cuestionar todos y cada uno de ellos, para hacer un razonamiento despojado y favorable a nuestros intereses, deseos y necesidades.

Si no los cuestionamos, esas creencias, modelos mentales y paradigmas anidarán prejuicios, que por lo general serán limitantes de nuestras posibilidades. Los prejuicios no son inocentes, por lo general son funcionales a mantener las cosas como están, sin generar cambios, transformaciones o innovaciones. 

Los prejuicios alientan más el aislamiento, la desconfianza y el individualismo que la construcción en común y los proyectos compartidos. Cuando prejuzgamos, somos poco concientes de cuánto genuino de nosotros hay en ese pensamiento. Cada prejuicio está contenido mucho más de aquéllo que nos metieron en la cabeza que de nuestras propias experiencias y conclusiones. Y si estamos pensando por otro, también lo estamos haciendo para ese otro.

El coaching ontológico es el camino más idóneo para detectar de dónde vienen cada uno de nuestros prejuicios, nos da las herramientas para desafiarlos, y así construir nuestra propia vida.

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