El nudge, ese empujuncito que todos necesitamos


¿Qué esa intervención controlada que afecta nuestros menúes de opciones para que tomemos mejores decisiones?



La mayoría de nuestras decisiones son irracionales. Y como nos cuesta admitirlo, la autorreferencia, por molesta que sea, es útil. Hagamos entonces un repaso de mis últimas 24 horas. A las 6.30 AM de ayer postergué por duodécima vez ir al gimnasio que comencé a pagar hace tres meses. Pasé por Starbucks y compré un latteventi, cuando quería uno chico ("grande", en su lenguaje). Almorcé lo primero que se cruzó en mi cajón de la oficina y una vez más no pude juntar energía para ir a hacer la fila de ese depósito en el banco al mediodía. Facebook me envió el tercer mail esta semana contándome por qué debería (re)activar mi usuario. El día terminó tratando de descubrir cuáles son los requisitos para inscribir legalmente una sociedad; desafío ideal si uno quiere irse a dormir absolutamente frustrado.

Pero dejemos aquí la autorreferencia. ¿Cuántas veces en las últimas semanas nos preguntamos por qué un amigo no deja de fumar? ¿Sabemos que no es obligatorio empezar la dieta "el lunes", ni vaciar la caja gigante de pochoclos en el cine? ¿Por qué cada primero de enero nos prometemos ahorrar más, trabajar más, empezar esa actividad que tanto nos gusta, para darnos cuenta en abril de que nada cambió? Tan sencillo como esto: tomamos decisiones irracionales la mayor parte del día. Si fuéramos racionales al extremo contaríamos con información perfecta sobre cada uno de los escenarios, conoceríamos nuestras preferencias y seríamos consistentes con ellas, nuestras decisiones se basarían en cálculos cognitivos (no emociones) y tendríamos una habilidad computacional abrumadora. Lucy, personaje principal encarnado por Scarlet Johansson en la película de Besson, sería un ejemplo perfecto.

Nuestra irracionalidad es alimentada por sesgos propios (y ajenos) en nuestra manera de pensar: valoramos más el presente que el futuro, estamos cómodos con el statu quo, nos apabulla tener que elegir entre más de tres opciones, valoramos más la pérdida que la ganancia por el mismo valor, subestimamos el tiempo que necesitamos para resolver temas y el contexto ejerce una influencia alarmante sobre nuestras decisiones, entre otros. Nuestra irracionalidad es predecible y sistemática. La "economía del comportamiento", la psicología social y el "diseño del pensamiento", disciplinas con nombres pomposos, tienen como objeto estudiar esta realidad y ayudar a revertir sus costos. Así, esta tríada disciplinaria ofrece una solución para tanta irracionalidad: el nudge (en español, "empujoncito") hacia una decisión más beneficiosa.

En otras palabras, un nudge es una intervención controlada para afectar nuestro menú de opciones, alterando nuestro comportamiento de manera predecible, sin restringir opciones ni provocando consecuencias económicas.

Steve Hilton, creador del Behavioral Insights Team (primer equipo en gobierno dedicado exclusivamente a esto) en el Reino Unido, afirma que "el objetivo de cadanudge es remover la mayoría de las barreras físicas y mentales que impiden que tomemos decisiones que nos permitan vivir más, de manera saludable, económica y comunitariamente responsables".

La evidencia es concreta. Exhibir la comida en un comedor escolar priorizando los alimentos saludables ha logrado incorporar hábitos saludables a la dieta diaria. Cambiar la redacción de un formulario, haciendo referencia al desvío que esa persona tiene sobre el comportamiento positivo de su grupo de referencia, aumentó la recaudación de impuestos o el pago de multas. Formular de manera positiva un cartel en una plaza, bosque u otro espacio público redujo el vandalismo. Como dice el refrán, "el diablo está en los detalles": aplicar pequeños cambios innovadores en el diseño de ciertas medidas genera grandes impactos. ¿Lo innovador? Aceptar como premisa fundamental que no somos capaces de tomar la decisión que más nos conviene. Ya sea cambiar un texto de rebuscado a simple, hacer alusión a cómo un comportamiento particular se desvía del grupal, poner colores sugestivos o identificar al destinatario con nombre y apellido...

Un nudge busca desarrollar políticas pensando en las necesidades y limitaciones del vecino y en el gobierno o la empresa que las implementa: herramientas que mejoran el alcance, la calidad y el costo de las intervenciones (o políticas públicas). Un nudgepuede y debe ser aplicado en dos direcciones: verticalmente (desde el gobierno hacia los ciudadanos) y horizontalmente (desde aquellos menos irracionales en la administración hacia el resto, como se impulsó en los Estados Unidos durante la administración Obama, pidiéndole a cada área que haga un análisis costo-beneficio de sus políticas actuales y futuras).

El impacto de estas intervenciones innovadoras es doble. Por un lado, el Estado ahorra dinero evitando ineficiencias propias y ajenas (consumos de agua desproporcionados, el incorrecto tratamiento de la basura o la baja recaudación de impuestos). Por el otro, el vecino adopta una actitud socialmente responsable (ahorrando energía cuando le muestran cómo su comportamiento se diferencia del de su manzana, pagando multas a tiempo, pidiendo facturas, donando sangre, etcétera).

El techo de estas disciplinas es impredecible aún en la Argentina y en el mundo. No sólo por su desconocimiento si no por su potencial. Como la "Unidad Nudge" británica y estadounidense orgullosamente han exhibido, los resultados de estos experimentos debidamente evaluados son asombrosos. La Argentina tiene todo por delante para ser pionera en la región en estos temas.

Publicado en www.lanacion.com.ar, sin identificación de autor

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