¿Hay emociones negativas?



Por Mariano Rovatti

Frecuentemente, escuchamos hablar de emociones “negativas”, como sinónimo de “mala onda”, “negatividad” o “mala energía”, y se nos invita a ser optimistas, positivos y con buena onda. ¿Es posible regular nuestras emociones? Y así fuera ¿nos beneficia en algo? ¿Qué sentido tendría controlarlas? Veamos:



Las emociones son reacciones subjetivas al ambiente, que vienen acompañadas de cambios orgánicos, que nos predisponen para realizar determinadas acciones.

Las emociones irrumpen de manera involuntaria, generalmente en ramillete, se sienten en el cuerpo, se contagian, tiñen nuestras conversaciones y afectan nuestro desempeño.

Según los autores más reconocidos del coaching y disciplinas afines, hay ocho emociones básicas: miedo, enojo, tristeza, alegría, sorpresa, vergüenza, asco y amor.

Según un criterio discutible, las cuatro primeras son consideradas primarias, porque las compartimos con el reino animal, y las otras serían exclusivas de los humanos.

El ciclo emocional continúa con el sentimiento, que es la capacidad de auto-conciencia de la emoción.

Los gurúes del marketing de la autoayuda consideran a algunas de ellas como negativas, por lo que conviene evitarlas a ellas y a sus portadores. Pero en la práctica, la mayoría de ellas lo serían, por lo que -según ese concepto- para andar felices y exitosos por la vida, sólo tendríamos que sentir alegría y amor.

El sistema socio-económico-cultural en el que vivimos nos exige producir y consumir permanentemente. A través de las modas, los medios de comunicación social, la publicidad y las redes sociales, se nos invita a no reconocer nuestras emociones, sobre todo aquéllas que son menos favorables para el rendimiento funcional a ese sistema.

Por ello, nos pone el alcance de la mano numerosos mecanismos –que en determinados contextos- nos sirve para inhibir nuestras emociones, sobre todo cuando no son las buenas: la comida, los fármacos, la tecnología, el trabajo.

La alegría y el amor nos estimulan a emprender, a disfrutar, a tomar la iniciativa, a compartir. No hay conflicto con ello. Ahora, las emociones llamadas negativas, lejos de perjudicarnos, cumplen un rol importante para nuestra realización. Nos alertan, nos promueven una mayor reflexión, nos ayudan a buscar el momento oportuno.

Un buen enojo nos sirve para poner límites. Una buena tristeza nos sirve para aceptar una pérdida y liberarnos de falsas expectativas. El miedo nos protege de riesgos innecesarios. El asco y la vergüenza quizás colaboren a preservar nuestra dignidad. La sorpresa nos recordará que no podemos controlar todo, y así, podremos expandir nuestros horizontes.

Tomar conciencia de nuestra emociones nos hará menos funcionales a los demás, y más leales a nuestros intereses, deseos y necesidades.

Las emociones no surgen sólo de hechos que funcionan como estímulos externos. Fundamentalmente, son generadas por las interpretaciones que hacemos de esos hechos. A ellas las formulamos a través de nuestro sistema de creencias y modelos mentales que fuimos acopiando a lo largo de nuestra vida, identificando los juicios, afirmaciones y declaraciones que se hallan vinculados.

Revisando y desafiando ese sistema, podremos ir cambiando esas interpretaciones, y así gestionar nuestras emociones, usándolas a nuestro favor. Las emociones no se controlan, pero sí se pueden gestionar.

Por ello, no hay emociones positivas o negativas, sino más o menos favorables para determinadas situaciones.

Cuando nos mantenemos en alguna emoción en particular, podemos hablar ya de hallarnos en un estado de ánimo determinado. Allí sí podríamos acercarnos a una calificación de positivos y negativos, o preferiblemente, de favorables o desfavorables.

Los estados de ánimo son permanentes y duran mucho tiempo. Implican instalarse en una emoción determinada y no necesariamente reconocen un evento disparador.

Todos estamos siempre bajo por lo menos un estado de ánimo, que nos predispone recurrentemente al mismo tipo de acciones. Se reconocen como estados de ánimo el resentimiento, la resignación, la paz y la ambición.

Las dos primeras no son favorables para nuestro crecimiento. Las otras constituyen un marco propicio para la transformación ontológica y el desarrollo personal, profesional y social.

En el resentimiento, el juicio predominante es la imposibilidad de lograr lo que se desea, fruto de alguna injusticia o algún otro mal externo, y las principales declaraciones emergentes son el odio y la venganza.

En la resignación, también hay un juicio de imposibilidad, sin esperanzas de que algo cambie. La declaración que surge es la de no hacer nada.

En la paz, hay juicios que distinguen entre lo posible y lo no posible, basados en una actitud de aceptación. La declaración que se desprende es la de gratitud por lo que sí puede concretarse.

En la ambición, (que no le definimos con la acepción vulgarmente despectiva que conocemos) hay un juicio sobre el futuro que se centra en la posibilidad. Y del mismo, surge como declaración la decisión de definir un objetivo y diseñar acciones para conseguirlo.

¿En cuál estado de ánimo estás ahora?

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