La furia desatada ante la oposición a un deseo



Por Miguel Espeche

Los detalles del crimen múltiple de Mendoza se irán conociendo a medida que avance la investigación. Sin embargo, ya hoy podemos decir que en un crimen de éstas características aparecen visibles vínculos que tienen al miedo y a la violencia como elemento esencial y, a veces, naturalizado.



Se habla de psicopatía a la hora de darle algún nombre a la condición de quien genera, con su violencia, masacres como la que hoy nos duele testimoniar. La estructura psicopática tiene a la impulsividad, el afán de dominar a las otras personas y a la ausencia de culpa como algunos de los elementos que la distinguen.

Por otra parte, es verdad también que, sin entrar en el léxico profesional, la gente común llama "maldad" a los actos de éstas características, lo que no debe descartarse, delegando al misterio de la condición humana el porqué de tamaña atrocidad.

Hay cuestiones culturales, sin embargo, que propician este tipo de situaciones. Por ejemplo, existe una especie de didáctica acerca del amor que confunde los términos. Ésta didáctica propicia una suerte de erotización del dominio de un miembro de la pareja por sobre el otro, a la vez que se confunde la "entrega" amorosa con una sumisión claudicante que, luego, se transforma en una trampa de la que es difícil salir.

La idea de una masculinidad dominante, ejercida más para sentir poderío que para compartir afectos, es parte de una impronta cultural naturalizada y recibida tanto por hombres como por mujeres en nuestro país: creer que aquel que es violento es poderoso y, por tal motivo, deseable, es parte de lo que hay que evitar que siga sucediendo.

Los llamados "crímenes pasionales" generalmente no son tan pasionales. Son a veces crímenes sostenidos más por ideas acerca de lo que es la vida que por emociones en sí mismas. Las ideas dan cauce a las emociones, las ordenan de alguna manera y les ponen contorno, sentido y límites, sobre todo, cuando las cosas se ponen difíciles en el terreno de los vínculos de pareja.

Celos, bronca, indignación, dolor, despecho, miedo... son emociones que pueden sentir todos los humanos cuando de parejas hablamos y, como tales, no son patológicas ni mucho menos. Sin embargo, cuando esas emociones se juntan con una construcción ideativa que avala la sumisión del otro y la aplicación de la venganza o la violencia para "corregir" a quien no se somete, allí el cóctel se hace explosivo, llegando a lo peor.

En esos casos, la furia se alimenta de las ideas que la avalan y propician su desarrollo en clave criminal. En esos casos, la furia es funcional a la idea de que nadie puede ofender el deseo de quien cree que, justamente, su deseo esley. Allí se entiende que ni los niños se salven de esa violencia, que parte de la noción de que el otro es una cosa a ser dominada, no un prójimo a ser respetado o, mucho menos, amado.

El autor es Licenciado en Psicología, especialista en Vínculos, Salud Mental Comunitaria y Potenciación Humana

Publicado en LA NACION

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