La fuerza de las emociones



Por Andy Freire


Se debe utilizar la fuerza del embate del oponente a favor de uno mismo para dominarlo

El aikido es un arte marcial en el que no existen enemigos sino "oponentes". En japonés lo denominan uke, porque proviene del verbo ukeru, que significa recibir. El que ataca, se denomina nage, que proviene del japonés, nageru (lanzar). Así, en la confrontación, nage se preocupa por no dañar a su oponente más de lo necesario. Pero esta lógica implica otro principio fundamental: se debe utilizar la fuerza del embate del oponente a favor de uno mismo para dominarlo.





Recibir, dominar y utilizar esa energía en beneficio propio. Un proceso simple, pero que esconde detrás una relación con la realidad casi que de índole metafísica: no se puede negarla, sólo enfrentarla. Con nuestras emociones ocurre algo similar. Mejor dicho, debería ocurrir. Sin embargo, cada vez con más frecuencia escuchamos hablar del burnout, de la epidemia del estrés laboral o de la ansiedad. Todas situaciones derivadas de la dificultad que muchos solemos tener para lidiar con las emociones en lugar de aprovecharlas en pos de nuestro bienestar.

La emoción es una reacción natural e inevitable. Es un proceso desencadenado por un estímulo del entorno que exige una respuesta o acción. Puede que, por ejemplo, frente a la fecha de entrega de un informe laboral importante sienta miedo y que, por ello, se ponga en riesgo algo que valoro. Imaginemos que esa situación provoca en mí un nivel de ansiedad alto y me paralizo. ¿Cuál sería el problema aquí? ¿El miedo o el modo en que reacciono frente a él? Claramente, la reacción.

Ante una emoción como aquella tengo opciones. De hecho, puedo responder de tres modos diferentes: a) reprimirla, y no hacer nada para que aquel informe quede bien b) convertirme en esa emoción y dejar que el miedo me consuma tomando decisiones erradas o c) distanciarme y ponerla en su contexto para aprovechar la alerta que se disparó en mí para tomar las decisiones racionales adecuadas que decanten en un mejor informe.

¿Cuál sería el problema aquí? ¿El miedo o el modo en que reacciono frente a él? Claramente, la reacción No sólo la clave está en esta última opción, sino que además ésta nos aproxima una sutileza reveladora: las emociones tienen la capacidad de potenciar nuestra razón y, por ende, de ayudarnos a decidir mejor. António Rosa Damásio es un neurólogo portugués que dirige el Instituto para el Estudio Neurológico de la Emoción y de la Creatividad en la Universidad del Sur de California. Él, en 1994, publicó un libro llamado El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano, gracias al que cobró fama internacional. En aquel texto, el autor propuso que los procesos emocionales guían e influyen las conductas, en especial los procesos de toma de decisiones. Damásio afirma que las emociones tienen el poder de hacernos razonar de una forma más creativa y productiva, y que cuando se aprende a entender las conexiones entre ellas y los hechos, las podemos usar de forma correcta.

De hecho, gracias a múltiples estudios, pudo comprobar que las personas que tienden a razonar dejando de lado el componente emocional (los que llama híper racionales) son menos efectivas y, usualmente, incapaces de tomar decisiones correctas. Pero el caso de estudio más conocido del neurólogo europeo es el del paciente al que llama Elliot (seudónimo utilizado para preservar su identidad). Aquel hombre era un esposo, padre y profesional destacado, quien durante una operación para removerle un tumor, sufrió un daño en la corteza prefrontal del cerebro que perjudicó las conexiones entre ésa área y la amígdala cerebral (responsable del procesamiento de las reacciones emocionales).

Cuando se recuperó, Elliot había cambiado. Se había transformado en un hombre impulsivo y sin autodisciplina. A pesar de que los exámenes neurológicos de aquella época (década de los 80) no mostraban inconvenientes y de que en los de coeficiente intelectual obtenía resultados por encima del promedio, no podía hacer bien el trabajo en el que antes era brillante. No era capaz de seguir una rutina, se empeñaba en realizar tareas irrelevantes y no lograba fijar prioridades. Obviamente, al poco tiempo perdió su empleo. También, debido a una serie de pésimas decisiones de inversión, perdió todos sus ahorros. Al tiempo, se divorció.

Elliot se había transformado en una persona incapaz de elegir entre dos cosas simples porque no generaba ningún tipo de preferencia. Su cerebro seguía generando análisis y argumentos, pero para tomar decisiones acertadas le hacía falta la conexión emocional que había perdido.

Así de importantes son las emociones para nuestra vida diaria. Sin embargo, todavía hoy, y a pesar de la evidencia existente, la idea de que ellas "son enemigas de la razón" está bastante extendida en los ámbitos laborales y educacionales. Por eso, cada vez más, la mala convivencia que establecemos con ellas nos afecta. Para no caer en esa trampa es importante tomar perspectiva, aceptarlas y aprovecharlas del modo más eficaz posible. Y no "a pesar" de ellas. Si no, "con ellas". Después de todo, como en el aikido, la fuerza de nuestras emociones puede, y por qué no, debe ser usada a nuestro favor..

publicado en La Nación

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