¿Se puede tener todo bajo control?



Por Mariano Rovatti

Muchas veces escuchamos no te preocupesdejemos fluir….todo está bien…el universo lo armoniza….y cosas semejantes cuando se entablan conversaciones sobre cómo resolver un problema, o lograr un objetivo.



Es una ilusión confiar que una mano invisible suplirá todas nuestras omisiones, por el solo hecho de estar armonizados con el universo.

Pero también es una ilusión pretender controlar todo. Intentar tener certezas de todo. No dejar nada librado al azar, o fuera de nuestra de voluntad.

Zygmunt Bauman nos dijo  la única certeza es la incertidumbre.

Uno de los principios del pensamiento sistémico, la ecología de la acción, más conocido como efecto mariposa, dice que desde el momento en que emprendemos una acción, las consecuencias de ésta  comienzan a escapar de  nuestra voluntad a medida que entra en juego con diversas interacciones.

Por lo tanto, los controles pierden eficacia a medida que los hechos se alejan de nuestro primer círculo de influencia.

Sobre este espacio de acciones, hechos y circunstancias más directamente relacionados a nosotros, si tiene sentido ejercer un control, que podríamos llamar operacional, necesario para organizarse y obtener resultados.

Más allá de esa esfera, frecuentemente intentamos hacer otro control, que llamamos existencial. A través suyo, y de pretender que los demás hagan lo que esperamos, intentamos  adueñarnos de su vida y de su libertad.

Desde el paradigma del control, todo lo que no es conforme a nuestras expectativas, termina siendo fuente de sufrimiento para nosotros.

Así, todo aquello que queremos controlar, acaba controlándonos a nosotros, sumiéndonos en una tensión o inquietud, que se vuelve en nuestra contra.

Pasa frecuentemente con los padres de adolescentes, o con directivos de empresas respecto de sus empleados, o con referentes sociales con sus representados, o entre los miembros de una pareja.

Fluir no es cerrar los ojos, encender un sahumerio y esperar a que las cosas sucedan solas. El verdadero fluir es aceptar lo que está pasando, focalizados en el presente, a partir de las acciones que ya hicimos, y que aún no dieron fruto.

Allí entra en juego un valor fundamental, el de la confianza. La que se da y la que se gana. En uno mismo, en la gente, en las circunstancias. Sin confianza no hay proyectos ni relaciones viables.

Así como hay un tiempo para la siembra y otro para la cosecha, y que la cantidad y calidad de ésta tiene que ver con lo que se hizo en la primera, en todos los órdenes de la vida hay una relación entre nuestras conductas y nuestros resultados, y un tiempo en el que las acciones entran en juego con las de los otros.

Fluir es esperar con sereno optimismo la maduración de los frutos de nuestras acciones.

 

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