Una vez fue suficiente




Por Verónica Ghitta

Días atrás viví mi primera experiencia en las constelaciones familiares. Acuariana al fin, siempre estoy dispuesta a conocer lo nuevo, lo no convencional, lo alternativo. Veamos a continuación cómo fue esa vivencia.



Recibí la publicidad por internet, a través de un mensaje que logró distinguirse entre una multitud de promociones. Una explicación mínima sobre de qué se trataba, el nombre de la facilitadora y sus datos de contacto, y el arancel, bastante accesible para participar, y un poco más salado para constelar.

Un departamento en un edificio torre de Caballito era el lugar de la cita. La mujer que coordinaba, una sesentona de voz algo ronca, me recibió con una sonrisa y la indicación de que me sacara los zapatos para conectarme con la madre tierra.

Una docena de participantes se hallaban sentados en círculo, sin hablarse entre sí. Eramos diez mujeres y dos varones. Uno de ellos estaba en una actitud de observación distante, como si fuera un inspector. El otro, apenas me saludó, me dio la sensación que era gay.

Tras hacer unos pocos ejercicios respiratorios, nos sentamos y la facilitadora, de nombre Susana, creo, preguntó ¿quién va a constelar hoy?, levantándose siete manos de manera inmediata.

El muchacho silencioso y distante, cuyo nombre no recuerdo, preguntó qué tenía que hacer cada uno. El tipo no quería perder el control de la situación. Susana explicó que no había que preocuparse, los inconcientes se conectan solos…explicó.

La primera en exponer era una chica de mediana edad, teñida de rojo y regordeta. Dijo que quería constelar su relación con hermanos y padres. Eligió a los participantes que representarían el papel de cada uno de sus familiares, y los ubicó en el espacio. Eran tantos los personajes necesarios que nadie pudo decir que no. A mí me dio el rol de su abuela, ya fallecida, por lo que me tuve que acostar en el piso con los ojos cerrados, como si fuera un cadáver.

Apenas me acosté, me sobresalté porque comenzaron los llantos, pero no de la constelante, sino de los participantes. Una muchacha delgada que intervenía por primera vez, y hacía de hermana suya, estalló en sollozos. A mi lado, se hallaba postrada una señora mayor, que representaba a otra occisa. De golpe, empezó a llorar de manera incontrolable.

La facilitadora iba hasta la oreja de cada uno y le daba instrucciones sobre qué tenía que hacer y decir: abrazala…ahora decile que la vas a acompañar desde donde sea…perdonala…perdonala….decile ¡papá…yo ya soy grande…! Súbitamente, una mujer que estaba muda viene hacia mí y me grita ¡te dejo partir…! …y me corrió un frío por el cuerpo….

Después de la escena, que duró diez interminables minutos, terminaron todos agitados y agotados. Casi sin voz se secaron las lágrimas y se sirvieron un café.

Luego consteló el chico gay, quien dijo que no podía llegar a concretar un proyecto. La misma que me dejó partir hizo de proyecto. Se acostó y lo empezó a maltratar: dale, vení…¿…qué hacés ahí parado?...¿qué hacés que no te movés…?

El muchacho –que creo que se llamaba Ariel- le contestó …no sé…hay algo…hay alguien que me impide llegar a vos…¡…salí papá dejame! ¡dejame ser yo…! ¡no soy lo que vos querés que sea…! y empezó a llorar. Ariel era un cuarentón que ya pintaba canas, pero en su representación dejó ver su esquema emocional, más cercano al de un niño o un adolescente.

Luego habló Valeria, una chica morocha con las sienes rapadas, cuyas manos no paraban de temblar. Quería tratar la relación con su hijo.

Apenas empezada la acción, Sara la interpela dando por sentado que el problema era que su ex marido quería sacarle la tenencia del niño o adolescente en cuestión, lo que efectivamente era así. Me llamó la atención la precisión del dato cuando no había hablado tanto de cuál era el tema.

Luego expuso una pelirroja cuyo nombre no recuerdo. Desireé o Abigail, o algo así. Era debutante en estas lides. Venía llorando desde el inicio, así que cuando le tocó a ella, liberó un mar de lágrimas.

En general, todos los participantes mostraron situaciones traumáticas no resueltas derivadas de la relación con sus padres. En especial, de las mujeres respecto de su padre varón.

Resultó curioso el rol de Sara en todas las representaciones. Muy activa y requerida para todas las escenas, no pidió constelar. Curiosamente, se encargó de provocar, de decir la frase justa para quebrar a los demás, para desatar un aquelarre de emociones. Al final, tomó el manojo de llaves y nos despidió a todos, como si fuera la dueña de casa. Su participación me hizo recordar a los grupíes que ayudan a subir los montos ofrecidos en los remates.

Al final del encuentro, luego de tres horas intensas, todos quedamos exhaustos. Ese cansancio le hizo creer a la mayoría que había logrado trabajar en algo de sus vidas. Yo tuve la sensación contraria. Lo viví como un gran esfuerzo inútil. Al menos esta versión de la que me tocó participar, la sentí como una ruleta rusa emocional, en la que todos jugamos –al borde del precipicio- con nuestros sentimientos, emociones y heridas más profundas.

Resolver aquellas cuestiones afincadas en nuestro territorio emocional, desde los tiempos de la niñez, no se resuelven con dos horas de magia. Hace falta trabajar mucho tiempo, quizás años, de manera sistemática y conducidos por un profesional.

Tenía curiosidad por conocer qué era ésto de las constelaciones familiares. En vista de lo ocurrido -para mí- una vez fue suficiente.

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