¿Es mala la zona de confort?



Por Mariano Rovatti 

Periodistas deportivos, actrices, animadores de TV, gurúes de distinta laya, taxistas, encargados de edificios, amas de casa y líderes religiosos pontifican hay que salir de la zona de confort… ¿Para qué? ¿Qué nos quieren decir? ¿Tan mala es la zona de confort que sí o sí hay que escapar de ella?



La zona de confort es el conjunto de habilidades, herramientas y recursos técnicos, materiales y emocionales con los que contamos para llevar adelante nuestra vida personal, laboral y social.

Es un territorio en el que nos sentimos seguros, porque sabemos que sabemos. Es un espacio en donde nos sentimos respetados, competentes, con capacidad de ser referentes o al menos, manejar la situación. En nuestra zona de confort hablamos confiados, y a veces, damos cátedra.

Pero cuando salimos de ella –voluntariamente o no- hacemos agua. Nos sentimos amenazados como en medio de una tormenta.

Si entendemos así a la zona de confort, ¿qué tiene de malo vivir en ella? ¿Por qué estaría mal buscar siempre nuestra comodidad? ¿Qué sentido tendría beber el trago amargo de abandonarla?

Cuando estamos disconformes con algún tramo de nuestra realidad, y decidimos hacer algo para solucionarlo, allí cobra sentido nuestra relación con la zona de confort.

Muchas veces, sentimos que algo tenemos que modificar en mayor o menor medida. Y todo cambio genera algún grado de zozobra interior.

En otro artículo habíamos visto la diferencia entre cambio y transformación. El primero implica una modificación de aspectos superficiales o contingentes. Por ejemplo, una mudanza, o teñirse el pelo. La transformación es un proceso más profundo que incluye modificaciones estructurales para lograr cosas que antes no fueron posibles: obtener un título profesional, un ascenso laboral o contraer matrimonio. También son transformaciones –más sutiles o subjetivas- aprender a gestionar las emociones, ser más resiliente, lograr una mejor escucha o profundizar un camino espiritual.

Ahora, para iniciar una transformación, la plataforma de salida es nuestra zona de confort. Siempre vamos a partir teniendo conciencia de cuáles son nuestros recursos.

Por lo tanto, lejos de abandonarla, la zona de confort es un territorio que tenemos que cuidar, porque siempre estaremos en él.

Más que salir de la zona de confort, lo que tenemos que lograr es expandirla, correr sus límites. Cuanto más grande sea nuestra zona de confort, mejores posibilidades tendremos a nuestro favor.

¿Y cómo se expande nuestra zona de confort? Con el aprendizaje. Un proceso continuo de incorporación de nuevas herramientas, recursos y habilidades técnicas, materiales y emocionales.

Para aprender es necesario un considerable grado de apertura y humildad, que surge de la declaración no lo sé. Cuando creemos que sabemos todo lo necesario, cerramos la puerta al aprendizaje.

También es necesario el respeto hacia el otro, el que me enseña –intencionalmente o no- a quien le reconocemos valor sólo por ser otro. El ser diferente a nosotros ya no da una muestra de que posee algo aún no tenemos.

También debemos saber escuchar, entendiendo este verbo en forma extensiva a todos los sentidos. Escuchar no es sólo oir, sino también interpretar, conforme nuestro sistema de creencias y el grado de apertura de nuestra actitud.

Para el aprendizaje, no hay límites de edad, condición social ni nivel de educación.

Aprender es una decisión.

2 comentarios:

  1. Muy buen artículo Mariano.
    Me gusta el concepto de “expandir la zona de confort” y abandonar sólo la parte que nos traba el crecimiento. De hecho, pedirle a una persona que renuncie a la estructura de creencias y comportamientos que constituye su sostén, es una apuesta de alto riesgo que puede reportarle más perjuicios que beneficios. En cambio, acompañarlo a expandirse, como vos proponés, lo ayuda a ir soltando, de a poco y confiado, la parte de su estructura que ya quedó anacrónica para sus metas actuales de desarrollo personal.

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