¿Existe un derecho a traicionar?



Por Verónica Ghitta

¿A qué llamamos traición? ¿Quién no traicionó alguna vez? Somos más duros con la traición ajena con la propia. En la traición de otro hallaremos más de un justificativo para nuestro fracaso, y en nuestra traición, siempre encontraremos un atenuante que entibie nuestra culpa. Intentaremos abordar el tema sin prejuicios ni posturas correctas.



“La traición es el único acto de los hombres que no se justifica”, decía Nicolás Maquiavelo. Todos tenemos derecho a traicionar una vez en cada ámbito de nuestra vida.

Mientras no se consuma la traición, reina la confianza. Cuando sí se consuma, ya no se puede volver a hacerlo. Es una bala que se usa por única vez.

El ámbito de la traición puede ser el trabajo, la familia, la pareja, la amistad, una sociedad comercial, la pertenencia política, la representación sindical, etc.

El motivo de la traición tiene que ser un objetivo de valor mayor que el que representa la relación a la que estamos traicionando. Es siempre necesario tener conciencia de para qué traicionamos.

Cuando se critica al traidor, se lo hace desde el enojo, la indignación y el resentimiento. Había una relación o vínculo provechoso para el traicionado, que el traidor decidió romper.

La traición no es un hecho. Siempre es un juicio formulado desde los modelos mentales y paradigmas de que quien se siente traicionado, alguien que venía usufructuando una relación o vínculo que juzgaba favorable.

El traidor elige a favor de su dignidad, su libertad, su integridad y sus intereses, por sobre los beneficios que le generaba el vínculo roto. También tenemos derecho a traicionarnos a nosotros mismos, cuando dejamos de lado creencias, valores o paradigmas que juzgábamos rectores de nuestro accionar, pero que en algún momento dejaron de serlo, porque nos resultaron poca cosa frente a los beneficios que nos prometía la traición.

Todos traicionamos en nuestra vida más de una vez. Porque nuestros intereses, deseos y necesidades se renuevan constantemente y los valores y vínculos que sostenemos responden a un tiempo en que aquéllos eran diferentes a los actuales.

El costo de la traición es la pérdida de la credibilidad y la destrucción de la confianza, pilar para construir relaciones.

Cuando se traiciona, se genera dolor en el traicionado. Se afecta su dignidad, su autoestima y su confianza. A menos que sea un psicópata, el traidor además sufre la culpa por su accionar, porque desafía su propia arquitectura moral. La traición no es gratuita para el traidor.

Cuando se traiciona, el perdón no alcanza para reparar la relación, la que podría continuar redefinida bajo nuevos acuerdos más laxos, menos ambiciosos o sustentados en la codependencia emocional.

La cultura nos muestra a la traición como un valor opuesto al valor lealtad.

La lealtad es muchas veces, sumisión disfrazada, de un débil hacia un poderoso, generalmente dador de pequeños favores y concesiones como premio a esa lealtad. Si no es entre pares, la lealtad constituye una relación amo-esclavo atemperada.

En la pareja, a la lealtad se la llama fidelidad. Para nuestra cultura, la fidelidad se remite exclusivamente al aspecto sexual. Es infiel quien tiene relaciones sexuales con una persona ajena a la pareja. Pero no lo es quien somete la voluntad de su pareja o conspira contra sus intereses, deseos y necesidades.

Si la relación se plantea en forma libre entre pares, no es necesario invocar el valor de la lealtad. Va de suyo que esa relación se mantendrá mientras les resulte conveniente a ambas partes, en forma recíproca y equitativa. Dentro de ese acuerdo, si la relación termina, ello no implicará una traición. Cuando le ponemos el mote de traidor a una persona, le negamos su derecho a transformarse, a evolucionar, a reinterpretar su mundo, a que deje de elegirnos.

Cuando acusamos de traición, lo hacemos desde el apego, y exhibimos nuestra íntima convicción –quizás inconciente- que a esa persona la considerábamos parte de nuestro patrimonio, un objeto registrable a nuestro nombre.

El derecho a la traición podemos ejercerlo a través del lenguaje. A través de él, podemos hacer que la traición duela menos. Una traición causa más daño cuando se comprueba en los hechos, sin mediar una conversación anterior. El que avisa no traiciona no es rigurosamente así, aunque es un dicho popular que como tal, contiene sabiduría. Avisar mitiga los efectos de la traición, pero no la evita.

Traicionar es un derecho que exige hacerse cargo de los efectos que genera, en sí mismo y en las personas u organizaciones traicionadas.

Puede evitarse la traición, si elegimos vínculos o relaciones libres que nos resulten convenientes en forma recíproca y equitativa. En donde no haya jerarquías, ni pertenencias. En donde la única ley sea la honestidad y el consentimiento.

Como todo derechos, podemos elegir no ejercerlo, cuando entendemos que hay valores superiores a los bienes que nos promete la traición. Siempre será un acto voluntario de nuestra libertad traicionar o ser leal.

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